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Los muertos no son creíbles


Hemos vivido, estamos viviendo, un terremoto político. El resultado de las elecciones europeas ha sido desconcertante. Y, todo, con una participación que no ha alcanzado ni el 50 por 100 del total con derecho a voto; con una circunscripción única que no es equivalente a la de las elecciones autonómicas y generales; y con la sensación, por parte del electorado, de que no estaba en juego nada importante, nada relevante para los designios del país. A pesar de tanto condicional, el principal partido de la oposición se enfrasca en el enésimo proceso de re-fundación. Y el partido que sostiene al Gobierno comienza a meditar qué es lo que ha hecho mal para recibir el castigo electoral. Aún más desconcertante es la respuesta: es un problema de comunicación. ¿Qué tiene la comunicación que siempre es la explicación y excusa frente a la derrota? ¿Nos quieren decir que se están haciendo bien las cosas pero que se comunican mal? No se enteran. Un político sin credibilidad es un político muerto, es una carga para todos y, en particular, para el régimen democrático. Estamos asistiendo a un proceso de reflexión entre partidos, los dos grandes, que amenaza con convertirse en el baile de los muertos. En el de los políticos sin credibilidad.

Uno de los motivos de reflexión que ha suscitado el resultado de las elecciones ha sido la pérdida de más de 5 millones de votos por parte de los dos partidos mayoritarios. Un hecho que ha sido catalogado como el fin del bipartidismo. ¿Será verdad? Creo que sí. El bipartidismo se ha acabado, al menos de la manera en la que lo hemos conocido. Nuestra democracia se ha construido alrededor de la estabilidad. Éste era el objetivo perseguido cuando su sistema institucional fue edificado. Varios aspectos lo delatan. El más importante es el régimen electoral. La fórmula elegida para la distribución de los escaños entre los partidos y coaliciones participantes en las elecciones, la del sistema D’Hondt, prima, con la regla de los restos, a las fuerzas más votadas. Además, la circunscripción electoral es la provincial, lo que perjudica a los partidos de alcance nacional a la par que sobrepondera a los de ámbito regional, como se ha podido comprobar con los nacionalistas. Estos defectos ya fueron criticados por el Consejo de Estado cuando afirmó que “el sistema electoral del Congreso de los Diputados se caracteriza por una importante restricción de la proporcionalidad, que beneficia a los partidos más votados y perjudica a los menos votados en cada circunscripción, es decir, prima la concentración del voto y penaliza su dispersión en aras de garantizar la formación de mayorías estables de gobierno”. Del mismo modo que “también se aprecia una sobrerrepresentación de los partidos cuyo respaldo electoral se circunscribe a un ámbito territorial limitado”.

La estabilidad del régimen democrático tenía una misión que cumplir y que ha cumplido a plena satisfacción. El coste a pagar puede ser considerado como excesivo: la esclerosis y la parálisis de la democracia. La estabilidad amenaza con gangrenarla. Y la reacción ciudadana, frente a la parálisis, ha sido la búsqueda de alternativas, incluso, antisistema. Es el resultado de un diagnóstico contaminado por la crisis económica y sus terribles efectos sociales. La democracia existe, precisamente, para ofrecer una alternativa y una esperanza al sufrimiento de los ciudadanos. No puede ser neutra frente a éstos. Es el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, como dijera Lincoln.

Puede parecer una exageración. El voto alternativo supera en poco más, los 3 millones. Es el voto de Podemos. Incluso, el de Izquierda Unida. Aunque ésta ha tocado y disfruta de las mieles del poder, por ejemplo, en Andalucía, así como en numerosos Ayuntamientos. No llegan ni al 19 por 100 del total del electorado (16 millones). Estamos hablando de una minoría frente a los dos grandes partidos que concentran casi el 50 por 100 del total de votos en las pasadas elecciones (7,6 millones) y que supone el 48 por 100 del total del censo. En cambio, ha tenido una repercusión extraordinaria que podría explicarse, por un lado, porque es una pequeña piedra que ha removido las tranquilas aguas del sistema bipartidista. Y, por otro, porque las olas pueden crecer hasta amenazar el tradicional reparto del poder comenzando por las Comunidades Autónomas y los Ayuntamientos. ¿Qué sucedería si, por ejemplo, en Madrid, una coalición de las izquierdas consiguiese articular una opción de gobierno en la Comunidad y en el Ayuntamiento? El miedo recorre el cuerpo de los dos grandes partidos. Y bienvenido sea. Sí. Bienvenido. Se demuestra que lo extraordinario es el remanso institucional que ha convertido el voto de una minoría en extraordinario.

La paralización esclerótica de la democracia española ha creado el contexto propicio para la impunidad de la corrupción. ¿Por qué razón ninguno de los dos grandes partidos hablaron de la corrupción en el famoso debate electoral? Porque es un “mal” que aqueja a uno y a otro. Este silencio cómplice es el que la alienta. Si fuese objeto de polémica, le perjudicaría a uno y a otro. No habría ningún ganador. Pero hay un claro perdedor: los ciudadanos. Nosotros sí necesitamos que se hable, se denuncie y se castigue la corrupción. Ella escenifica la máxima distancia entre los intereses de los partidos y los de los ciudadanos. Aquéllos, acorazados tras la estabilidad, no quieren hablar de aquello que les lastima. Nosotros, en cambio, necesitamos y exigimos que se depuren todas las responsabilidades. Los tribunales ya comienzan a dictar las primeras sentencias. Y que sigan. Y que sigan.

El bipartidismo no ha muerto. Dudo que muera, pero sí ha visto gravemente amenazado el estaque dorado de aguas calmas en que había convertido nuestra democracia. Y ha acabado no por el surgimiento del voto alternativo que, como digo, es minoritario y seguirá siéndolo, sino porque los ciudadanos han demostrado que ya no se dejan engañar. O bien se van a la abstención o bien a los nuevos partidos que, cuando menos, tienen el beneficio de la duda. El mensaje del voto útil no sirve porque sólo es útil para “ellos”, los utilitaristas de la conciencia ajena, de la libertad prestada, para seguir actuando con impunidad. El voto estúpido se ha acabado; la llamada a las vísceras también. Así lo espero. El ciudadano tiene información y la ejerce. Estará equivocado; es posible, pero ya no traga con el “pasteleo” de los dos grandes partidos que han antepuesto sus intereses a los de los ciudadanos. Así lo espero. Es la esperanza de que la democracia sigue viva y no haya sido anestesiada hasta la defunción por los muertos vivientes. Ojalá.

(La Provincia, 01/06/2014)

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