El Rey abdica. Ahora se inicia el procedimiento constitucional tanto para el reconocimiento de la abdicación como para la proclamación del nuevo Rey. En una Monarquía parlamentaria como la nuestra, será esencial el papel de las Cortes. Ante éstas, el Rey deberá prestar juramento de desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las Leyes, así como respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas (art. 61 Constitución). El procedimiento se desarrollará según los cauces previstos y, además, previsiblemente, sin sorpresas. Aunque crea incertidumbre el que la Corona carece de regulación y sólo contamos con las reglas muy generales establecidas en la Constitución. Las turbulencias que afectan al PSOE han podido acelerar el proceso pero, hasta tanto se elija al nuevo secretario general, parece que las facultades de Rubalcaba no se han visto comprometidas como para amenazar el desarrollo del procedimiento. Es de prever que antes de finalizar este mes, España contará con un nuevo Rey.
Es un hecho particularmente relevante para un Estado, como el español, que constitucionalmente ha establecido que su forma política es la de la “Monarquía parlamentaria” (art. 1.3 Constitución). El Rey, como dispone el artículo 56.1 Constitución, es “el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales… y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes”. Es el árbitro. Y sabemos la importancia que tiene para que el partido, el juego político, se desenvuelva adecuadamente. No porque lo haga posible, pero sí porque lo “modera” para evitar que los jugadores derriben el edificio constitucional. Es una magistratura de auctoritas, no de imperium. No tiene poderes, pero sí una enorme legitimidad para mediar entre los antagonistas políticos del sistema democrático. Es la gran paradoja de la Monarquía: es una institución que no es el fruto de la elección democrática, mas despliega una función esencial para la democracia.
En la auctoritas radica su fortaleza pero también su debilidad. En los últimos años, ciertos episodios por todos conocidos, la habían comprometido. Y la democracia se ha resentido. Es indudable que ha afectado a la Corona, pero aún más al Estado español. No deja de ser lamentable que el azar de la historia haya permitido que coincidiese la máxima amenaza a la estabilidad del Estado por obra del reto secesionista en Cataluña con la máxima debilidad de la auctoritas real. Esta circunstancia ha comprometido gravemente el papel de la Corona para desarrollar su función arbitral frente al reto comentado.
El Rey abdica, porque quiere ceder el testigo a una nueva generación que afronte los desafíos de España. Como dice textualmente en su discurso: “Hoy merece pasar a la primera línea una generación más joven, con nuevas energías, decidida a emprender con determinación las transformaciones y reformas que la coyuntura actual está demandando y a afrontar con renovada intensidad y dedicación los desafíos del mañana. “ Una nueva generación, para hacer frente a los nuevos desafíos. El Príncipe de Asturias forma parte de estas nuevas generaciones. Un rasgo es sobresaliente: su preparación. Tiene los conocimientos y las experiencias adecuados para afrontar las transformaciones y reformas que España necesita.
Sin embargo, la auctoritas no se hereda. Se puede transferir la potestas, las funciones que la Constitución y las leyes asignan al Rey, pero la auctoritas no. En una magistratura de convicción, de credibilidad, de legitimidad,… estos atributos sólo pueden ser el fruto de la acción. Se puede transferir la legitimidad histórica que encarna, sin duda, el Príncipe de Asturias, pero los demás atributos esenciales para ser el Rey de España, sólo los podrá ganar con su comportamiento.
En el momento presente, la esperanza del nuevo Rey no tiene el beneficio de la espera. Se ha de enfrentar, desde el primer momento, con desafíos como nunca antes, ni la monarquía ni el Estado español se habían enfrentado. El reto más importante es el de ser Rey porque no va a poder disfrutar de la espera de la esperanza. Deberá ser Rey desde el primer minuto. El Príncipe Felipe de Borbón está muy bien preparado, e, incluso, tiene experiencia. Pero la auctoritas la ha de ganar enfrentándose a unos problemas que, o bien le permitirán ganarla en poco tiempo, o la perderá definitivamente, comprometiendo el futuro de la monarquía.
El momento en que nos encontramos no es sólo el de madurez de la institución. La abdicación es una circunstancia que forma parte de su devenir. En varias casas reales se ha producido este hecho. Forma parte de la vida de las monarquías. El envejecimiento de la población y la prolongación de la vida laboral también afectan a los Reyes que, por increíble que parezca, son humanos. Es también un momento de incertidumbre: es la reválida de la monarquía. Es una institución madura que vive un momento de madurez pero en unas circunstancias donde se vuelve a poner en cuestión la legitimidad de la misma. Y una vez más retorna el principio democrático como arma arrojadiza. No ha sido votada y se pide que se vote. La monarquía disfruta de la legitimidad democrática máxima, porque es el fruto de la decisión del pueblo español en su condición de poder soberano y constituyente del Estado democrático de Derecho. Tampoco el árbitro es elegido democráticamente. Y no es conveniente. Estas dudas y estos mensajes confusos y gravemente equivocados serán aprovechados por los oportunistas para crear las circunstancias de confusión en la que esperan obtener sus réditos políticos. La abdicación es un hecho normal que expresa la madurez institucional de la monarquía española pero las circunstancias no son precisamente propicias. El nuevo Rey no va a disfrutar de la espera de la esperanza para asentar la auctoritas sobre la que se basa su papel constitucional. A pesar de todo y de las dificultades, podemos confiar en que la preparación y la experiencia del Príncipe de Asturias le permitirán afrontar con determinación y conocimiento los grandes retos del momento presente de la Historia de España. Nos jugamos mucho. Se juega mucho.
(La Provincia/Diario de Las Palmas, 3/06/2014)
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