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Ni Coca, ni Pepsi; que sacie la sed


¿Qué es la política? Es la pregunta que surge viendo los actos institucionales de constitución de las nuevas corporaciones locales y de elección de los alcaldes. Es representación. Es simbología. En este terreno, los mensajes son claros y comunes. Los elegidos dicen encarnar la nueva política, el cambio, la democracia, la normalidad, … frente a la vieja política, la falta de transparencia, la corrupción, … Los pecados que se imputan a aquéllos que, incluso, obtuvieron el mayor número de votos; los gestos, los símbolos. El contacto con el pueblo. El entregarle la vara de mando o renunciar estruendosamente a ella. La simbología de la democracia directa. “Si no lo hago bien, me podréis echar”, han llegado a decir. Y que “todos somos alcaldes”.

La simbología frente a la democracia representativa. Ésta se basa en la elección de unos representantes para que ejecuten un programa, que es el que ha contado con el respaldo de los electores. En el caso de los Municipios, la representación está más difuminada, por la relación y el contacto directo de los representantes con los representados. Es la única Administración que es democrática y no burocrática. Su gobierno y administración corresponde al Ayuntamiento, integrado por el Alcalde y los Concejales, elegidos éstos por los vecinos, que, a su vez, eligen a aquél. El municipio es el cauce inmediato de la participación ciudadana, como dice la Ley 7/1985.

Se alardean los símbolos populares, asamblearios, los de la democracia directa, no sólo como fruto de una opción ideológica y política, sino también como expresión de la crisis de la democracia representativa. Hay que revalorizar el papel de la representación. El fruto de la competencia leal, igual y transparente de la política y de los políticos. Que los candidatos surjan de la elección/competencia democrática en el seno de los partidos, y que la representación esté asociada a un programa de acción que el candidato se propone desarrollar para lo que, igualmente, lo somete a la consideración de los ciudadanos. Cuando los representantes son elegidos por la dirección y el programa es el fruto oportunista de la misma, se está corrompiendo a la democracia representativa. Se entiende que, como reacción, se presente la otra, la directa, como la alternativa. Es la rebeldía frente al secuestro de la democracia por las direcciones de los partidos. Y no es la alternativa.

En la Administración municipal, un aspecto es clave: la gestión. Los municipios tienen importantes competencias y servicios de prestación obligatoria. Son como pequeños Estados. Aunque la división de poder no es perfecta, como sucede en éstos, al menos cuanta con un plenario, el de la Corporación, y un gobierno, un ejecutivo, integrado por concejales. No por profesionales, como podría suceder en el Gobierno de la Nación. Los representantes no sólo debaten y acuerdan sino que, además, gobiernan. Cuentan, como es lógico, con un aparato de administración, integrado por funcionarios y por otros empleados públicos. Sin embargo, la presión partitocrática ha colado entre ellos a elegidos por los partidos. El clientelismo partidario es muy fuerte. Los funcionarios de los cuerpos nacionales, secretarios e interventores, han sufrido acoso y derribo que ha debilitando su rol de control. El resultado es preocupante: mucho poder en manos de políticos y un control interno muy debilitado. Con estas mimbres, se pretende gestionar.

Me preguntaba que es la política. No sólo son gestos, no sólo son símbolos, no sólo consignas y arengas. Es fundamentalmente gestión. El poder es el atributo imprescindible. La gestión hace realidad lo que el poder ha decidido. En el ámbito municipal, es, si cabe, aún más gestión. Desde hoy mismo, los nuevos Ayuntamientos se han de enfrentar a sus exigencias, incluso, de manera perentoria. Tendrán que gobernar. Si las consignas y los errores ajenos los alzaron al poder, ahora deberán consolidar su control con la gestión adecuada. Aquí surgen las incertidumbres. En el ámbito municipal, más que en el estatal y el autonómico, el sectarismo y la incompetencia no pueden ocultarse tras leyes, programas, opciones geoestratégicas, coyuntura internacional, .... O los servicios se prestan o no se prestan. No cabe la ocultación. Los ciudadanos lo notarán, y mucho, sin necesidad de intermediario alguno.

P. Sánchez, el secretario general del PSOE, ha afirmado en un artículo publicado en El Mundo que “pactar con el PP es quitar a los ciudadanos el derecho a la alternancia.” Es la frase que expresa uno de los males que nos aquejan. El sectarismo. ¿Quién tiene tal derecho? ¿Tienen los ciudadanos un derecho a que dos partidos se alternen en el poder? Un derecho que son otros, los partidos, quienes lo disfrutan. En cambio, el derecho inalienable de los ciudadanos sigue sin ser satisfecho: que la política y los políticos solucionen sus problemas, sus necesidades y no que las secuestren para satisfacer “su” derecho a alternarse en el poder. Los políticos están preocupados y sólo interesados por la marca. Coca Cola quiere diferenciarse de Pepsi. En el mercado político, también. Son tan parecidos que hay que marcar las diferencias. Llegar a acuerdos crearía una Coca-Pepsi perjudicial para “su” negocio. A mí, que me da igual tanto una como otra, lo único que busco es que me sacie la sed. A los dos grandes partidos les interesa más la marca que servir a los ciudadanos. Todavía nos queda mucho para que nuestra democracia sea representativa de los representados y no de los representantes.

(Expansión, 16/06/2015)

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