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El peligroso precedente griego


La Unión Europea es una organización internacional. No es un Estado. No es una democracia. Es una organización de Estados. Es imprescindible recordar lo que es escandalosamente evidente. Lo sucedido en Grecia ha suscitado múltiples reacciones. Las izquierdas españolas y europeas lo han elevado a epígono de la democracia. Ejemplo, incluso, del europeísmo. Los que no participamos de tan altos calificativos, no podemos olvidar que estamos hablando de una organización internacional. Los calificativos deben adecuarse a la realidad sobre la que se pretenden proyectar. Las izquierdas quieren obtener un rédito político. Un rédito de poder. Quieren ilustrar su desiderátum último: no hay regla de ningún tipo que sea capaz de contener su voluntad cual es la de alcanzar el poder, para hacer realidad lo que ellos interpretan como los deseos últimos del pueblo; ese ente abstracto, superior y más cualificado que el individuo y con capacidad para imponerse a él. La libertad individual no es más que un obstáculo que puede y debe ser desplazado frente a la voluntad de ese ente abstracto y superior llamado pueblo. Nacionalistas e izquierdistas participan del mismo concepto de pueblo/nación. El que, como en Cataluña, los izquierdistas den el paso al nacionalismo es la demostración de la facilidad de este tránsito. En el fondo, participan de la existencia de un sujeto superior al que el individuo debe sacrificar su libertad. La tiranía de la mayoría. La libertad es la víctima propiciatoria. La que debe ser sacrificada en el altar del sujeto superior. En el caso de Grecia, el sujeto superior, el pueblo, se ha expresado a través de un referéndum para imponer su voluntad, no respecto de los individuos, sino a algo muchísimo más indeterminado, a una organización internacional.

El caso griego tiene varias lecturas. A las económicas se le puede añadir otra que, a mi juicio, es aún más importante: la jurídica. La organización internacional es una organización de Estados que responde a unas reglas. Son las que regulan su estructura y su funcionamiento. Unas reglas expresadas por las instituciones comunitarias con poderes suficientes. Unas reglas plasmadas, en última instancia, en los Tratados. Son éstos los que constituyen a la organización. Le dan sentido. Le dan existencia. La Unión sin los Tratados no sería una organización. No sería nada. No hace falta insistir en la importancia que ha tenido y tiene el Derecho para la Unión Europea. Los padres fundadores de la Unión, cuando se llamaban Comunidades Europeas, tenían bien presente que querían crear una organización peculiar. Distinta a todas las existentes hasta ese momento. Una que tuviese un Derecho propio. Con fuerza y eficacia superior a la de los Estados. Con un ámbito competencial propio en el que sus normas se pudiesen imponer a las de los Estados. Con un Tribunal, el actual Tribunal de Justicia, encargado de velar por esa superioridad. La Unión es una Unión fruto del Derecho. El cumplimiento de las reglas no es una cuestión que tenga el alcance común en otros ámbitos. Es aún más importante. Sin ese Derecho, la Unión no existiría. No sería nada. La nada. El caso griego tiene la importancia de suponer el precedente más grave de incumplimiento de los pilares esenciales de la Unión. Que un pueblo, integrante de la Unión, decida manifestar su voluntad de incumplir las reglas básicas de la Unión y, además, de manera tan mayoritaria, tiene la consecuencia del ejemplo. El precedente. Está asentando el precedente de que cualquier otro pueblo puede decidir, a su antojo, cuándo y cómo cumplir con las reglas de la Unión. Es el precedente que amenaza la propia existencia de la Unión. Es un precedente muy peligroso. Si el Derecho, su cumplimiento, queda en manos de la voluntad del obligado, no es Derecho. Es cualquier otra cosa. Y la Unión sin Derecho no es Unión. Es un club. Un grupo de amiguetes. Lo sucedido en Grecia pone en cuestión los años de progreso de la Unión. Nos encontramos ante una encrucijada: o se tolera o se exige el cumplimiento de las reglas. Si se tolera, se está sentando un precedente que siembra en el corazón de la Unión aquello que puede ponerle fin. Hoy, son los griegos; mañana, podrá ser cualquier otro. En cambio, si se reafirman las reglas, la Unión estará mandando un mensaje de fortaleza que contribuirá a su progreso, a la profundización de la Unión. Una Unión que precisa del Derecho. Precisa de reglas. Unas reglas que también, hay que reconocerlo, deben ser corregidas para afrontar con mejores instrumentos situaciones como las vividas. No es posible que la solidaridad de la Unión sea convertida en liberalidad. La solidaridad del manirroto sólo puede acabar con la ruina de todos. La solidaridad sin obligaciones no crea solidaridad, crea rencillas que acabarán minando el proceso de integración. Los griegos se han pronunciado sobre aquello que está lejos de su ámbito de poder. A nadie se le puede reconocer la libertad para cumplir o no con las reglas de la Unión. Si se admite, se pone fin a la Unión. Los europeístas no podemos permitirlo.

(Expansión 08/07/2015)

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