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¿Deben los empresarios pronunciarse?


Hace unos meses, el director adjunto de este periódico, Martí Saballs, se preguntaba: “¿Cuándo empezarán a balar los corderos en Cataluña?”. Se refería al silencio del empresariado catalán en relación con el “proces”, el reto secesionista. Pasados los meses, la pregunta sigue viva. Tanto como el silencio. Tal vez, la pregunta está mal planteada. ¿Por qué tienen que balar? Esta pasada semana, un buen amigo, B. Arruñada, junto con V. Lapuente, publicaba un artículo en el que adelantaba una hipótesis. A diferencia de la clerecía, religiosa y pagana, “permanecen callados porque, al contrario que los clérigos, el mucho hablar daña su medio de vida”. Sin embargo, hay algunos que sí han hablado, aquellos que lejos de sufrir daño, les beneficia. Los empresarios que han ratificado el Manifest del Far, los que apoyan el derecho a decidir y lo que esto significa, la secesión. Ya no hay engaño. Los términos del debate son diáfanos. Las consecuencias, también. Martí Saballs nos contaba en julio que “bastará con que el presidente de una gran potencia europea diga que una Cataluña independiente saldrá de la UE” para que el independentismo se descomponga y empresarios y profesionales busquen donde emigrar. Ya tenemos esas declaraciones. Muy claras. Contundentes. Merkel y Cameron lo han dicho. La consecuencia de la secesión unilateral es la salida de la Unión Europea. Otro artículo de J.-C. Piris, antiguo director General del Servicio Jurídico de la Unión, recordaba lo escandalosamente evidente. Cataluña no formaría parte de la Unión. Tendría que solicitar su ingreso. No cumpliría los requisitos del artículo 49 del Tratado de la Unión. Ni sería Estado, ni Estado de Derecho, ni cumpliría los criterios de elegibilidad acordados por el Consejo Europeo de Copenhague de 1993, o sea, el de Estado democrático. ¿Cuál ha sido la respuesta del secesionismo? Llamar a desoírlas. Es la respuesta natural en sus coordenadas ideológicas. Para mantener el engaño, hay que silenciar al disidente. No basta hacerlo con el del “interior”, también es necesario con el del exterior, los Estados contrarios a la secesión. Todo aquel que discrepe de la verdad, la única verdad, la del secesionismo, y no encaje en el mundo fantástico, fanático, construido por la ideología nacionalista, tiene un destino: la marginación. Son voces “interesadas”, ha dicho el President Mas; los Estados quieren “protegerse entre ellos”. Que la Unión es una organización internacional de Estados, cuyas voluntades son imprescindibles para ingresar, no le arredra. El President no sólo llama a desoírlas, sino que, además, puede doblegarlas, porque, digan lo que digan, ha concluido, Cataluña seguirá formando parte de la Unión. Es la lógica culminación de la frase de Groucho Marx que decía que "jamás aceptaría pertenecer a un club que admitiera como miembro a alguien como yo". Al igual que Groucho, la Cataluña de Mas sí aceptaría formar parte de un club en el que no ha sido admitida.

En este contexto político, ¿deben los empresarios pronunciarse? Cataluña es una Comunidad exportadora. Y, fundamentalmente, hacia el resto de España. Una secesión unilateral sería gravemente perjudicial. No hace falta demostrar este aserto. Entre el griterío de los clérigos y el silencio de los corderos, los empresarios tienen, en Cataluña, en particular, un protagonismo, una relevancia, no sólo económica, sino social, incuestionable. Sin embargo, la falta de pronunciamiento sobre aquello que tanto preocupa a la sociedad, les está colocando en una posición muy incómoda. Los mensajes enviados desde la patronal, como en el último documento de Foment, siguen alarmando por ser excesivamente timoratos. Todavía está instalada en las dudas: el “proceso secesionista … pone en cuestión la pertenencia a la Unión Europea”. Siguen sin exponer, como ha hecho algún empresario, con enorme valentía, aquello que los grandes líderes europeos han declarado: que la secesión provocaría la salida de la UE y que sus consecuencias serían catastróficas. Las entidades financieras y las demás empresas tendrían que arbitrar soluciones extraordinarias que les dañarían tanto como a los catalanes. Los grandes bancos escoceses, ante la eventualidad de una Escocia independiente, se pronunciaron con claridad. Y advirtieron que tendrían que cambiar la sede. Para explicar lo que está sucediendo, se acude a la metáfora animal. La del avestruz es interesante. Hay un mito que afirma que, frente a los problemas, ésta oculta la cabeza bajo tierra. Es falso. Sin embargo, es cierto que un ave tan grande, la más grande, baja la cabeza y la coloca a ras del suelo para pasar desapercibida. Ganar tiempo y dejar que sean otros los que asuman los costes de solucionar el problema. Los de Madrid al rescate. Otra metáfora es la utilizada por Martí Saballs. La de los corderos. Y ya sabemos cuál es su destino. Entre avestruces y corderos, no deja de ser paradójico que todas las empresas hagan profesión de fe en la denominada “responsabilidad social corporativa”, uno de cuyos principios es el compromiso honesto con todos los grupos de intereses con los que interactúa la empresa. ¿Qué mayor compromiso que advertir sobre las consecuencias que tendría para la empresa, sus trabajadores y sus clientes, así como para la sociedad en general, la hoja de ruta hacia la secesión? El silencio sólo beneficia a aquellos que quieren silenciar, incluso a los Estados de la Unión contrarios a la secesión. Y sabemos quiénes son. Los silenciadores de la libertad, de la democracia y del Estado de Derecho.

(Expansión, 09/09/2015)

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