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"Terminator"


El pasado domingo se produjo esa extraña, por extraordinaria, concatenación de circunstancias que hacen que nos rindamos ante el azar. Terminator en Madrid y en Barcelona. Se celebró en Madrid el Arnold Classic Europe. La principal estrella es la que da nombre al evento: Arnold Schwarzenegger, conocido tanto como antiguo Gobernador de California, como por su papel en The Terminator, la famosa serie de películas que protagonizó en los años 80 del siglo pasado. Schwarzenegger interpreta a Terminator, un ciborg asesino, enviado a través del tiempo desde el año 2029 a 1984 para matar a Sarah Connor, la madre de John Connor, el líder de la resistencia contra las máquinas y su cabecilla, Skynet, que gobernaban la Tierra. Éstas, ante la inminencia de su derrota, decidieron evitarlo, intentando matar a la progenitora del líder rebelde. Por supuesto que los seres humanos ganaron a las máquinas; a las que querían liquidar su libertad. Es el mensaje de esperanza de las películas. Las que han justificado que sean preservadas en el National Film Registry para su disfrute por la Humanidad.

No era el único Terminator. En Cataluña, el mismo día, otro mostraba sus músculos institucionalmente hormonados para exhibir su debilidad: Artur Mas. Igualmente ha expuesto su capacidad para destruirlo todo: la coalición con Unió, su partido, la sociedad catalana, la Generalitat, el Estado de Derecho, las relaciones entre Cataluña y el resto de España, la ruina económica, ... Y, ahora, previsiblemente, será apartado de la presidencia de la Generalitat. Al intento de la CUP de excluirlo, se tiene que resistir con uñas y dientes. No puede ceder, porque se estaría reconociendo que no es el Companys del siglo XXI, sino un destroyer. El que dejará una heridas muy difíciles de sanar. Muy difíciles de olvidar.

El resultado de las elecciones tiene dos ámbitos de análisis. El más inmediato es el de la gobernabilidad de Cataluña. Como se ha comentado ampliamente, Junts pel Sí no ha conseguido la mayoría absoluta que le permitiría afrontar el procès de independencia bajo la égida de Mas. Tiene que apoyarse en el báculo de la CUP. La candidatura antisistema, anti-todo: anticapitalista, anti Unión europea, anti euro, anti España, anti Estado de Derecho, anti democracia, anti liberal, ... Una candidatura que tiene que llegar a un acuerdo de gobierno con la de Mas, que también es anti, en este caso, anti-España, pero cuya negatividad no tiene, al menos inicialmente, el alcance del de la CUP. A la incertidumbre del procès, se suma la de quién lo dirigirá y cómo se concretará, o sea, cuál será la realidad institucional política, económica y social a alumbrar de manera alternativa a la española. El anticapitalismo y anti-europeísmo no parecen casar con un procès que, afirman sus impulsores, pretende asegurar que la república catalana seguiría en el seno de la Unión Europea. Ahora, más que nunca, parece poco probable que se pueda hacer realidad ese deseo, cuando uno de los aliados imprescindibles, pretende que se camine en dirección opuesta. Llegar a un acuerdo parece, al menos inicialmente, imposible o casi imposible. Aunque todo es viable en la Arcadia feliz. Todo dependerá de qué teclas se toquen y de qué tornillos se aprieten.

El otro nivel de análisis es el de qué sucederá en el futuro. Es aún más incierto. La realidad paralela, construida por el nacionalismo, hace imposible prever qué es lo que puede suceder. Se recurre con frecuencia a la potente imagen del puente. Se nos dice que se han roto los puentes y es imprescindible volverlos a construir. Me parece una imagen ofensiva. El puente ya existe: son los 1,6 millones de catalanes que, sin sumar a los que votaron a la candidatura, difícilmente clasificable, de Podemos y de sus aliados, unos 366 mil, han dicho que se sienten tan españoles como catalanes. Un número tan importante que son prácticamente los mismos que los que han votado a favor de JxSí. Son los que sostienen el pilar catalán del Estado constitucional. Sin embargo, parece que sólo ha de tenerse en cuenta a los casi 2 millones que han votado a favor de la independencia. Éstos son más importantes. A los que hay que dar satisfacción.

Los nacionalistas y su discurso vuelven a demostrar que sus gafas ideológicas son las que sirven para construir tanto la realidad política de Cataluña como la de su relación con el resto de España. Ellos y sus votantes son Cataluña. Con los que hay que negociar. Los otros, no lo son. Son como una mercancía que se compra o se vende, según convenga. Otra vez más, la España política vuelve a olvidarse de una parte de los ciudadanos españoles. Se les abandona. A pesar de su resistencia a la presión, inimaginable en un Estado de Derecho, del nacionalismo, incrustado en las instituciones y en su poder mediático, cultural y educativo. En el acto de Ciudadanos, del partido que encabeza la resistencia, cuando sus candidatos analizaban los resultados, pudimos oír gritos a favor de España y de la Cataluña española. Gritos que ni el PSC ni el PP se han atrevido a proferir ni en sus mejores momentos. Los constitucionalistas gaditanos, gritaban “viva la Pepa” como expresión de su alborozo, de su alegría por la libertad. Hoy, en Cataluña, sin complejos y precisamente por esa ausencia, se puede compartir y expresar la alegría de ser español porque representa la Constitución y la libertad.

La respuesta que, en cambio, reciben, es la de que hay que negociar con los secesionistas. Que se les debe dar satisfacción. Que se han de construir los puentes. Como si los españoles que se sienten tan catalanes como españoles fuesen una realidad impostada a la verdadera del nacionalismo. Que 2 millones tengan el altavoz mediático que reduplica su fuerza, no puede hacer callar la realidad democrática de los 1,6 millones que no comparte los postulados de aquellos. Éstos deben ser atendidos. Hay que encontrar y definir un marco institucional para Cataluña, en la que estos españoles se puedan sentir cómodos en la España constitucional, en la que es su casa. Si, además, se consigue que un porcentaje, a tenor de las encuestas, importante de los 2 millones de votantes independentistas, esté interesado en estas soluciones, mejor. Un traje institucional que reconozca las singularidades, pero sin ningún tipo de privilegio. Una España unida pero diversa; la que la hace rica, resiliente y garante de la igualdad básica de todos los españoles en todo el territorio nacional. Unidad, no es uniformidad; diversidad no es privilegio. Ésta es la España, la de los ciudadanos, la única España viable y posible.

(Expansión, 30/09/2015)

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