Todo se reduce a esa expresión. Ni Convergencia, ni el PP, ni el PSOE, tienen candidatos alternativos. No los hay. Caiga lo que tenga que caer. Es indiferente. Es significativo que con el término “personalismo” designamos, desde lo más elevado de la condición humana, la dignidad, hasta lo más bajo de las pasiones políticas. Suele suceder que cuanto más importante es un término, mayor disparidad de significados y, también, de registros. El personalismo que eleva la dignidad humana en parámetro de medida de todo, la persona, cuyas raíces filosóficas tienen en Kant su máxima representación, pero también las religiosas, es, sin embargo, el término que nos sirve para explicar un fenómeno que ha adquirido en los últimos tiempos un rasgo muy característico en la política española: el liderazgo personalista.
Es el pleonasmo que define al líder político español: el líder-líder, el líder fuerte. No encaja en las clasificaciones al uso. Podría aproximarse a la weberiana del líder carismático, pero se combina con el paternalismo y el autoritarismo. Es el que encarna el éxito. Es el éxito. Todo lo demás, colaboradores y organización, son los medios que sólo tienen sentido en su función de contribuir al liderazgo. El ascenso al poder se nuclea alrededor del líder. Cuando cae en desgracia, arrastra con su caída a sus partidos, y también a la estabilidad del Gobierno e, incluso, del sistema político. Es lógico y coherente que un sistema en el que se ha capado la disidencia, la discrepancia y que ha cultivado la intolerancia, el dogmatismo e, incluso, el fanatismo alrededor de una suerte de culto a la personalidad, tenga tantas dificultades para alumbrar una alternativa interna al líder caído. Sólo puede ser externa, la de los nuevos partidos.
El caso más dramático es el de A. Mas. Nunca en la historia de nuestra democracia se había visto a un candidato a Presidente arrastrarse hasta más allá de la dignidad. La CUP no es más que la metáfora de cómo el personalismo de la política española, sí, de la española, liquida a sus líderes caídos en desgracia. Siempre tiene que haber una fuerza histórica que encarne el empuje hacia el precipicio. Que sea la CUP, Bárcenas o Iglesias, no son más que accidentes. Son la encarnación de la muerte civil del líder que fue encumbrado, a lomos de vítores y algarabía populares, hasta convertirse en lastre y fantoche en manos de la Historia. En el caso de Mas, su terquedad es la del sistema que no quiere morir aún cuando ha conducido a Cataluña al precipicio. Salvo milagro, supondrá su muerte política, pero también la de una manera de concebir la política e, incluso, un sistema político. Muere el líder, pero deja una Cataluña arrasada y la que se vislumbra como una pesadilla. Es posible que para un sector de la CUP, haya pesado mucho la posibilidad de un gobierno de izquierdas si se celebrasen nuevas elecciones. Podemos, en su versión catalana, presidiendo la Generalitat con la compañía de ERC y la CUP. Tendrían en común tanto la ideología o, al menos, un programa de reformas radicales, como la celebración del referéndum de autodeterminación. Qué es lo que cada una de las fuerzas defienda, es secundario. En todo caso, en su alarde “democraticista”, asumirán el resultado. Que el pueblo decida lo que ellos no han podido.
Se ha repetido tantas veces que viene el monstruo que, como en el cuento, la eficacia del mensaje se va perdiendo. El agotamiento del constitucionalismo es el principal riesgo. En cambio, el secesionismo izquierdista, alternativo, anticapitalista y anti-todo ve una oportunidad. Todos aquellos que en Cataluña han estado cebando el monstruo pueden sentirse, desde avergonzados, a presas del ataque de pánico. Han estado mirando hacia otro lado, cuando en los colegios se adoctrinaba, cuando se pagaban los sobornos, en mor de la patria catalana, … Y ahora ¿qué? Los constitucionalistas vuelven a enfrentarse a un monstruo aún más cohesionado. Sin oportunistas que manchen el procés secesionista. El peso de la corrupción ha sido y es demasiado elevado. Al final, al menos, se ha hecho justicia histórica. No es posible que un candidato como Mas, tan afectado por la corrupción, pueda dirigir el camino hacia la Arcadia feliz. Ahora se vislumbran nuevos candidatos y nuevas coaliciones.
Cataluña vuelve a ser la avanzadilla de España. Está vislumbrando, en el terreno político, lo que puede suceder en las Cortes Generales. Nuevas elecciones fuertemente polarizadas entre las que son las fuerzas “auténticas”, las de la derecha y las de la izquierda. Todas las que no tienen certificado de autenticidad, serán laminadas. Ciudadanos tiene el difícil reto de preservar su opción centrista en unas elecciones “guerra-civilistas”. El PSOE no es creíble. Podrá gritar, insultar, proponer la luna, … lo que quiera. Ya no es plausible. Con cada elección va perdido votos. La siguiente no será una excepción.
Si Cataluña nos está sirviendo de avanzada y nos muestra lo que puede suceder en España; si, además, Podemos llega lanzado por el buen resultado obtenido en Cataluña e, incluso, con la presidencia de la Generalitat, ¿no es el momento de apartar los personalismos, dar un paso atrás, todos, y definir una alternativa constitucionalista concretada en un Gobierno de bajo nivel político y con el apoyo de todos los partidos para gestionar esta gravísima situación? Es hora de demostrar que los intereses generales de España están por encima de la mezquindad personalista. Mas nos ofrece la imagen caricaturesca de la política española. Ha perseguido el icono autoconstruido de mártir y de líder que dirige su pueblo hasta la tierra prometida. ¿En qué se ha convertido? En una caricatura. En un pelele en manos de la Historia al que los libros le dedicarán dos renglones y no precisamente elogiosos. Cataluña nos está ofreciendo una lección que no podemos dejar de aprender. O España o fantoches.
(Expansión, 05/01/2016)
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