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Supremo líder


“El Gobierno del Cambio tiene que convertir la Vicepresidencia de nuestro país en una institución que la ciudadanía perciba como propia y, por consiguiente, se presenta el diseño de una Vicepresidencia que tiene como fundamentación ética una idea de la política como servicio público y derecho ciudadano, una Vicepresidencia de cercanía, que sitúa el interés general por encima de cualquier interés particular, una Vicepresidencia y un Vicepresidente al servicio de la gente”. Este párrafo lo resume todo. Está contenido en la página 86 del documento presentado por Podemos, el pasado lunes, bajo el título de “Un país para la gente. Bases políticas para un Gobierno estable y con garantías”. Es sabido que Pablo Iglesias se ha postulado, hasta la extenuación, como Vicepresidente del Gobierno del Cambio. No sólo rezuma arrogancia. También ignorancia “tendenciosa”. Se quiere olvidar que a la “colegialidad en las decisiones” (página 86) se le superpone la “dirección presidencial” dado que, como se afirma en la Ley 50/1997, del Presidente “depende la existencia misma del Gobierno. Se silencia que el investido por el Congreso no es el Gobierno, sino su Presidente. La legitimación democrática que esto supone le permite nombrar y destituir a discreción a todos los demás miembros del Gobierno, incluido el Vicepresidente, como dispone la Constitución.

Son interesantes, desde el punto de vista político, pero también psicológico, los atributos con los que se adorna el personaje a través del cargo para el que ya, según parece, ha sido nombrado: la ética, el servicio, el interés general, la gente. Con estos atributos pasa a ser el encargado de “garantizar los derechos sociales de la ciudadanía”, “luchar intensa y decididamente contra la corrupción “ y “regenerar las instituciones y democratizar las estructuras del Estado” (página 86). ¡Toma ya! El nuevo Superman. Él, solito, investido de los atributos de la superioridad ética, moral y política, se enfrentará a todo aquello que, en el mismo documento, es considerado como los más graves problemas de España. En realidad, el documento no es el programa de la acción del Gobierno del Cambio, sino el de la Vicepresidencia, la que solucionará todas las dificultades.

El mesianismo populista se alza sobre el retrato de la realidad de España como un gran páramo en el que los ciudadanos no tienen derechos, no hay democracia, ni prestaciones sociales, anegado por la corrupción, donde los poderosos campan a sus anchas; no hay ni democracia, ni limpieza institucional, … Un párrafo lo ilustra a la perfección: “no es difícil encontrar en cualquier configuración institucional, en cualquier acto de gobierno o en cualquier ley o reglamento la marca de la corrupción en forma de eliminación de controles, decisiones y adjudicaciones guiadas por la venalidad de los corruptos, así como en forma de groseras inequidades contra la ciudadanía dictadas por los corruptores” (página 57). Es el telón de fondo, el negrísimo telón de fondo, sobre el que destaca el supremo líder; su presencia es imprescindible, al igual que la de su partido: “El compromiso con la mayoría social debe interpretarse,…, como un firme compromiso con la regeneración democrática de las instituciones y la democratización del Estado, que se traduzca en la participación de Podemos en todos y cada uno de los órganos de la Administración General del Estado” (página 82). Más claro imposible. Salimos del ámbito de la política para entrar en el de la necesidad. Son necesarios para encarnar el compromiso con la mayoría social, la regeneración y la democratización. Ellos y sólo ellos lo representan. Y su líder es la personificación de la mayoría social, de la regeneración y de la democratización. De ahí que se le atribuya la tarea de proveer a las necesidades sociales, liberar a los ciudadanos, fustigar la corrupción, … el John Wayne del terrible Oeste en que se ha convertido España. Es el único individuo importante. Todo lo demás: masa, pueblo, gente. Se le reconoce la “soberanía” para, incluso, romper las reglas constitucionales (página 23). Es elocuente la equiparación de los derechos económicos, sociales y culturales con los derechos civiles y políticos (página 45). Esto afecta a sanidad, vivienda y suministros, educación, dependencia, infancia, migraciones, cultura, RTVE, y medio ambiente. El individuo, “disuelto” en la masa, pasaría a disfrutar, en los ámbitos indicados, de derechos como los derechos civiles y políticos. Ahora bien, para dispensar su garantía, el Estado deberá contar con unos medios y soportar su cuantiosísimo coste económico, pero coloca al ciudadano en una situación de menesterosidad dependiente de lo público para su satisfacción. El Estado pasaría a colonizarlo todo.

El cuadro que resulta es grotesco: el supremo líder, autoinvestido como Vicepresidente, adornado por la ética, el interés general, el servicio público y la “gente” o el “pueblo soberano”, asume la tarea titánica de resolver los problemas sociales, económicos y políticos de España (garantía de las necesidades sociales, corrupción, regeneración y democratización) frente a un pueblo-masa dependiente del suministro público para la satisfacción de sus necesidades definidas por el Estado. A esto lo denominan “vida digna”. Otros pensamos que es el paraíso colectivista que hemos conocido a lo largo de la Historia, en donde los líderes “necesarios”, investidos de tan altas cualidades, son los únicos que disfrutan de una dignísima vida.

(Expansión, 18/02/2016)

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