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Espectáculo y payasada

La sesión de investidura se convirtió en un espectáculo. ¿Es lícito convertir el Congreso en un escenario del espectáculo de la política? ¿Es recomendable convertir la política en espectáculo?

El término espectáculo tiene cuatro significados en el Diccionario de la Lengua española. Van desde una actividad a desarrollar en cierto lugar hasta un contenido, y siempre alrededor de la exposición pública de algo, con el objetivo de suscitar una reacción en el público asistente. Supone, bien sea una función o diversión pública, o bien cualquier cosa que se ofrece a la vista o a la contemplación intelectual, la capacidad de atraer la atención y mover el ánimo infundiendo deleite, asombro, dolor u otros afectos más o menos vivos o nobles.

La política no se ha convertido en espectáculo. Siempre lo ha sido; siempre ha disfrutado, tanto como función o como exposición pública, de la capacidad, obediente a cierto ánimo, de atraer la atención y promover la reacción de los espectadores: los ciudadanos. Ha cambiado el medio de exposición. Ya no es el teatro, o el cine, sino, otros aún más efectivos, como la televisión y, en menor medida, las redes sociales, cuya efectividad radica en que se focaliza en los sectores más activos de la sociedad, aquellos que tienen capacidad para crear opinión. Pablo Iglesias lo ha sabido entender. Hace tiempo afirmó que «los verdaderos parlamentos son los platós de televisión». Es verdad y no es verdad. Es verdad en cuanto reivindica la importancia de la televisión. Y no es verdad porque en los Parlamentos, a diferencia de los platós, sí se decide sobre aquello que afecta a la vida de las personas, porque es en ellos donde se aprueban leyes. Si fuese verdad lo que afirma el interfecto, él no habría abandonado los platós ni los habría utilizado para llegar al Parlamento.

No se ha comprendido que la política al modo del siglo XIX o principio del XX ha muerto definitivamente. O el espectáculo político se adapta a los nuevos medios, o deja de existir. Es posible que esta sea una de las causas de la desafectación ciudadana. El político encorsetado por la vestimenta o la disertación ha pasado a la historia. El monólogo virtuoso, del personaje ensoberbecido por la palabra y por la brillantez expositiva, se ha extinguido. Son otras las coordenadas. Son otros los modos de la exhibición, de la transmisión o el espectáculo. Y, sobre todo, son otros los contenidos. El medio condiciona el contenido. Siempre ha sido así. Cuando la imprenta con sus tipos móviles se inventó, el contenido cambió. No podía ser igual a aquella de los tipos fijos, del amanuense o del juglar. Los nuevos medios, en particular, el televisivo, han impuesto la simplificación, dramatización y personificación. Qué decir de Twitter: la reducción de cualquier idea, incluso, la más compleja, a 140 caracteres. El nuevo medio predilecto del espectáculo actual. Sin embargo, ese cambio no es, a mi juicio, el más importante. Es el de la calidad del contenido transmitido. El mismo medio, la televisión, puede transmitir muy distintos contenidos. Es tan espectáculo la representación de una obra de teatro de Shakespeare que “Sálvame de Luxe” o “Gran Hermano”, pero es evidente que no transmiten lo mismo; el contenido cambia y, sobre todo, qué es lo que se transmite y sus consecuencias para el progreso social. El medio condiciona, pero no impone cierto contenido. Ofrecer aquello que puede contribuir al enriquecimiento personal, no puede compararse ni merecer el mismo reproche o valoración, que aquello otro que mortifica, tanto a los que se exhiben como a los que asisten a tal degradación. La clave es qué es lo que es objeto del espectáculo. O puede servir para contribuir al progreso social o, al contrario, alentar su retroceso, porque difunde los peores valores porque no socorren a que la sociedad sea un ámbito de colaboración entre ciudadanos libres e iguales. El que esclaviza a las personas en función de riqueza, género y cultura, no es el espectáculo que auxilia el progreso. Al contrario.

Entre tanto publicado sobre política espectáculo y espectáculo de la política, lo que no se dice es que, del mismo modo en que hay muchos tipos de políticas, los hay de espectáculos. Desde el teatro al circo, desde Lord Macbeth hasta los payasos. En la política espectáculo que se ha instalado, encontramos poco personaje Shakespeariano y mucho payaso. Mientras que aquellos aportan importantes enseñanzas, éste otro, sólo merece una risita, más por educación, puesto que, tampoco, es un buen comediante. El problema de España es que los comediantes instalados en la política son malos políticos y peores comediantes. Es la “payasificación” de la política por los peores payasos.

(Expansión, 01/11/2016)

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