Nuevo Gobierno. Después de casi un año, nuevo Gobierno del antiguo Gobierno. Pocas novedades. La única significativa es la creación del Ministerio de Energía, Turismo y Agenda Digital. En el Real Decreto de reestructuración se detalla que le corresponde la propuesta y ejecución de la política del Gobierno en materia de energía, turismo, telecomunicaciones y sociedad de la información, así como el desarrollo de la agenda digital. Si la organización es la plasmación de una política, el nuevo-antiguo Gobierno muestra que es aún más antiguo. Mucho.
Todo esto, el mismo día en el que entraba en vigor el Protocolo de París del Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. La coincidencia no puede ser más nefasta. Ensalzado como un acuerdo histórico, es más una pieza simbólica que una norma jurídica. Es una muestra del denominado soft law. Un objetivo genérico de limitar el calentamiento mundial a mucho menos de 2º C por encima de los niveles preindustriales y proseguir los esfuerzos para limitar el aumento de la temperatura de 1,5º C. Ahora bien, ¿cuál es la reducción que supone para cada Estado? Depende de lo que cada uno decida y comunique. Ese objetivo, autoimpuesto, será objeto de rendición cada cinco años, a partir del año 2023. Supuestamente, cada Estado está obligado a cumplir con aquello que ha asumido que va a cumplir, pero, ¿cuál es la sanción en caso de incumplimiento? No se prevé.
¿Cómo aquello que es tan “insignificante” jurídicamente es tan extraordinariamente importante en el plano político? Es indudable que lo es. Elevar el Derecho en parámetro de lo importante sólo tiene sentido en el ámbito interno de los Estados. En el externo, hay otras coordenadas, aún más sustanciales. Que tantos Estados hayan decidido ratificar el Acuerdo (unos 100) y, además, con tanta rapidez, es un indicio fuerte de que la lucha contra el cambio climático va en serio. Los Estados han decidido enfrentarse al problema. El que dependa de cada uno a qué es lo que se compromete, en el fondo, es secundario. Siete países emiten más del 50 % de los gases de efecto invernadero y dos (China con el 23 % y Estados Unidos con 13 %), más del 36 %. Bastaría con que sólo éstos asumiesen obligaciones de reducción y de captura para que se diese un giro copernicano a la política del cambio climático.
Sin embargo, con ser importante, no es lo más importante. Se está produciendo un vuelco político relevante que explica la actitud de los Estados. El cambio climático ha dejado de ser una amenaza para convertirse en una oportunidad. Los anteriores renuentes a asumir compromisos, ahora los lideran. Es el caso de China y de Estados Unidos. Ya no se habla de restricciones, limitaciones o reducciones. Es, hasta cierto punto, secundario. Es otra la preocupación: las oportunidades.
La Unión Europea lo ha visto con claridad desde hace mucho tiempo. Siempre ha estado a la vanguardia mundial. Nunca ha participado de la idea de que era un obstáculo al crecimiento económico. En la UE, por ejemplo, las emisiones disminuyeron un 19 % entre 1990 y 2013, mientras que durante ese mismo período se registró un crecimiento del PIB del 45 %. Ha defendido que es un incentivo para un cambio de modelo económico, la denominada economía hipocarbónica y circular. Y, en este contexto, una de sus piezas esenciales es la denominada “Unión de la Energía”. Un mercado interior de la energía de ámbito europeo para la erección de una Europa energéticamente resiliente centrada en la política climática.
Resiliencia energética y resiliencia ambiental confluyen. Habrá resiliencia energética si la hay ambiental, y ésta, será realidad, cuando la energética se haya alcanzado. En el fondo, es el sino del ser humano. Nuestra continuidad de vida en la Tierra, como especie, depende de nuestra capacidad de gestionar con inteligencia unos recursos escasos y, además, no renovables. Esta gestión sostenible tiene una característica central: reducción de las emisiones. Cuanto menos se consuma esa energía fosilizada en el carbón y sus derivados, menos se emitirá a la atmósfera y aún menos se alimentará el efecto invernadero. Se habrá de buscar otras fuentes de energía, así como la eficiencia en el consumo: la resiliencia energética.
Este cambio de modelo es una oportunidad. La Comisión recoge una cifra de la Agencia Internacional de la Energía: la plena realización de los planes climáticos dará lugar a inversiones por valor de 13,5 billones de USD en eficiencia energética y tecnologías con bajas emisiones de carbono entre 2015 y 2030, a un promedio anual de 840.000 millones USD.
El cambio climático ha dejado de ser un problema para convertirse en una oportunidad. La reordenación ministerial ni recoge este eje fundamental de la transformación que estamos viviendo. Ni está presente en el nuevo Ministerio. Cambio climático y Unión de la Energía son las dos piezas esenciales de la metamorfosis de los próximos años. Aquí, mientras tanto, en las coordenadas viejunas: la de la limitación (Ministerio de Agricultura). Visión estratégica, ninguna. Y luego, cómo no, llegaremos tarde a la “revolución industrial” del presente.
(Expansión, 09/11/2016)
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