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Pesimismo, "Trumpismo" y corruptos


Y, de repente, los gobernantes, descubrieron a los ciudadanos. Les miraron a los ojos y, lo que vieron, les asustó. El pánico recorrió los pasillos de las cancillerías europeas. La respuesta fue “El libro blanco sobre el futuro de Europa”. El Presidente de la Comisión Europea, J-C Juncker, lo presentó la pasada semana. La celebración, el próximo día 25 de marzo de 2017, de los 60 años de la firma del Tratado de Roma, el segundo de los Tratados que dio origen a la actual Unión Europea, invita a reflexionar sobre su futuro. ¿Qué futuro queremos para nosotros, para nuestros hijos y para nuestra Unión? Es la pregunta que lanza. La respuesta, son cinco opciones o escenarios posibles en el año 2025: seguir igual; retroceder; avanzar, pero sólo aquellos que así lo quieran; seleccionar áreas en las que se quiera avanzar, haciendo mejor las cosas; y, el último, los Estados Unidos de Europa.

Estos ejercicios de futurología, usualmente, están condenados al fracaso. Cuando los políticos se ponen a adivinar por dónde transcurrirá el futuro, normalmente, se equivocan. No por incompetencia, sino porque la realidad es tan dinámica y abierta que es imprevisible. ¿Quién podía imaginarse el Brexit o el triunfo de Trump? ¿Qué otros acontecimientos veremos en los próximos meses o años? Pretender que hoy podemos configurar, con éxito, la Europa del año 2025, es una suposición muy aventurera, muy arriesgada.

Tenemos tendencia a creer en estos ejercicios. Necesitamos la seguridad del planificador universal; el del superior conocimiento y mayor voluntad, capaz de conformar el futuro a nuestro antojo. Unos critican al documento por poco ambicioso; otros, por pesimista. En el fondo, todos creen que es posible diseñar ese futuro, trabajar con denuedo y, zas, se hace realidad. Cada vez que veo a Trump en la televisión, me reafirmo en lo que digo. ¿Cuántos “Trump-acontecimientos” viviremos?

Más interés tiene, a mi juicio, el análisis que, a modo de introducción, sirve de soporte a las propuestas que se lanzan al debate. Los autores parecen preguntarse, ¿cómo es posible que la Unión, el mayor mercado único, con la segunda moneda más utilizada, a la vanguardia de la investigación, con las sociedades más igualitarias, los mejores sistemas de seguridad social, la más comprometida con la protección ambiental, las energías renovables, con mayor seguridad y paz, mayor respaldo a las libertades, … tenga los problemas que tiene y nos debamos preguntar sobre qué debemos hacer en el futuro?

Es como el grito de la incomprensión. Si somos tan buenos, ¿por qué los ciudadanos nos quieren tan poco? Es el lamento de los políticos europeos, de los españoles, entre ellos. A mi juicio, la denuncia de la corrupción en España, la cual nos coloca entre los países más corruptos, no es otra cosa que una acusación contra la política y los políticos. ¿Qué mayor crítica que llamarlos corruptos? Ya no se les grita, aludiendo al trabajo sexual poco honorable de la madre de los interfectos. Se les grita “corruptos”.

El problema de España y también, de Europa, perfectamente alineadas, es que los políticos, la política, los partidos, las instituciones, el Estado democrático, … ya no son vistos como panaceas, ni, incluso, como objetos de respeto. Son, hoy, considerados los culpables de todos los males. Son “corruptos”, no sólo porque han robado el dinero público, han abusado de los cargos para beneficio privado; sino porque han hurtado las expectativas; han generado una inmensa frustración que está alentando el pesimismo. ¿Quién se beneficia? Los que se presentan como las antípodas. Se les llame populismo, podemismo, trumpismo, lepenismo, … da igual. Todos tienen en común que son los “anti”, los contrarios a aquellos que han sido acusados de robar la ilusión, la esperanza. Aquellos que han condenado a los ciudadanos a vivir en la indigencia o en unas condiciones peores de las que tenían antes. Son los que han roto la creencia de que la Historia era un proceso lineal ascendente, en virtud del cual nuestros hijos vivirán mejor que nosotros. Nadie nos había dicho que se podría retroceder. Y se retrocedió. Son los políticos los culpables por acción y por omisión: porque sus malas políticas nos han arrojado a los brazos de la desesperanza y porque no nos advirtieron que retroceder era posible.

El Libro Blanco es un grito de pesimismo, de miedo, de las Instituciones, de los políticos europeos frente al escenario electoral del año 2017. Han mirado a los ojos de los ciudadanos y han comprendido el clamor: “¡corruptos!”. Se hace imprescindible restablecer el puente que une a los ciudadanos, los políticos y las instituciones. Aquellos, equivocados o no, ya no soportan a los “corruptos”. Los políticos deben cambiar, incluso, haciendo un esfuerzo más allá de lo razonable. Hay que recordar que la soberanía está en manos del pueblo. No es garantía de éxito, como se puede comprobar. Hay que demostrarles que los “anti” no son la solución. Sin embargo, no debemos dar la oportunidad, a las distintas versiones del Trumpismo, a exhibir su capacidad de destrucción para que el pueblo comprenda su error de elección. Ahora, los políticos, deben mostrar una “pureza angelical”. No está en juego la justicia de la dimisión, como la del Presidente de Murcia; está en juego algo muchísimo más importante: demostrar que el Trumpismo no tiene sentido en España.

(Expansión, 07/03/2017)

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