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¿Corrupción o procés?

El caso Palau ha abierto la fase de la confirmación de la sospecha. La sentencia judicial resolverá, definitivamente, las dudas y formulará la verdad jurídica. Las declaraciones de los principales acusados muestran la podredumbre de la política y del que fuera principal partido nacionalista y ahora secesionista. La conexión entre procés y corrupción se produce por el puente de compartir el mismo protagonista. A partir de aquí, se produce la derivada de si el procés es la excusa para tapar las vergüenzas de la corrupción. Entramos en el terreno de la especulación política. En cambio, sí que hay certeza sobre el daño que la corrupción está haciendo al procés. Mas era el Presidente del Partido cuando ocurrieron los hechos e, incluso, Presidente de la Generalitat. Las fórmulas exculpatorias ya las conocemos. Son todas las repetidas, por todos los responsables políticos, sorprendidos por los casos de corrupción que afectan a sus partidos. No hay originalidad.

La corrupción es oportunista. Se aprovecha de las debilidades institucionales para dar la satisfacción a un afán codicioso desmedido. Es el abuso del poder al servicio de los intereses privados de los corruptos y de los corruptores. ¿Cuánto del porcentaje de la dádiva acabó finalmente en las arcas del partido? Cuando nos movemos en el territorio oscuro, es incontrolable. Es el gesto de recibir en las oficinas del Palau el dinero en efectivo, en un sobre, contar los billetes e irse. ¡Qué escena! Los que dicen defender a Cataluña, se sirven de la cultura catalana para sus infames propósitos. La empresa busca aproximarse a las Administraciones catalanas, financiando la cultura catalana, y la Fundación del Palau afirma promoverla, aproximándose a CDC para que, como sostuviera el tesorero de este partido, "en las fiestas mayores de los pueblos no pusieran sólo música andaluza", sino también "unas sardanas, una música coral, la actuación de un esbart...". Cataluña, excusa y rehén en manos de unos delincuentes.

Frente a la corrupción, se aduce el alegato de confundir la responsabilidad política con la jurídica. Esa tinta de calamar de tanto éxito. Mas, reafirma que no es responsable, ni jurídica ni políticamente, pero es responsable de todo. Es el argumento circular, el de la vacuidad, tan propio del secesionismo. Como durante el juicio del 9N, soy responsable, pero no soy responsable. El ser o no ser, tan Hamletiano en el que se mueve el secesionismo. Ser Estado, pero no ser Estado. Y la respuesta al cansancio, al hastío, al agotamiento, frente a la movilización permanente, pero, sobre todo, frente la mentira permanente, es acelerar. Más y más rápido. Dejar atrás tanta porquería, y alcanzar la independencia. En dos horas. La reforma del Reglamento del Parlament cuya tramitación comienza, pretende que la discusión y aprobación de las leyes de desconexión, las que harán posible la puesta en pie, dicen, de las nuevas leyes de la república, se pretenden aprobar en lectura única, en horas. Se pasará del Estado constitucional español a la república catalana sin discusión, sin enmiendas, a mano alzada, como en las asambleas universitarias de los años 70 y con el mismo deseo: cambiar el mundo sin que se note.

El acelerón busca tanto huir de la porquería como provocar la reacción del Estado español. Éste es el que ha de ponerle fin. Alguien tiene que hacer de malo de la película. Y, el que sea el Estado, forma parte de su condición natural, lo ha venido haciendo desde hace muchos años. Una vez más, y salvará la cara a los secesionistas.

Lección aprendida. Nada de hacerle el juego a los malos, no por sus ideas, sino por sus corrupciones. Por haber negociado en nombre de Cataluña para engordar sus patrimonios personales. La cultura catalana como ejemplo en el caso Palau. Se ha robado en su nombre. Y nadie se queja. La queja vendrá cuando sea el Estado el que intervenga. Esto no sucederá. No deberá suceder.

Los actos ridículos son los que menos se perdonan. Ya lo decía Platón. Cuando se está cayendo en el ridículo, es urgente atribuírselo a otro. No se perdona. Cuando tantos cientos de miles, llevados por la buena fe, han sido conducidos al precipicio, en la creencia de que la independencia era fácil y taumatúrgica, alguien tendrá que pagar por la frustración de lo imposible. El Estado siempre ha sido el que ha asumido ese papel. Estamos en otra fase de la Historia. Cuando el mal llamado problema catalán preocupa al 2,3 por 100 de los españoles, según el último barómetro del CIS, no hay Gobierno de España que se quiera meter en una aventura en la que, no sólo tiene todas las de perder, sino que no tendrá apoyo ni entre los suyos.

El procés ha entrado en la fase del ridículo. Sus máximos dirigentes, sorprendidos en flagrante delito, en nombre de Cataluña y la cultura catalana, difieren la responsabilidad, ya no sólo la jurídica, sino la política, a otro, aceleran hacia la independencia con la esperanza de que la redención venga por la sobre reacción del Estado. Que me tiro, que me tiro, gritaba el chantajista, y, ante el último aspaviento de tirarse, sorprendido de que nadie le sujetase, se cayó, entre la sorna de tanto espectador escéptico. Amén.

(Expansión, 15/03/2017)

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