Ha ganado Pedro Sánchez. Los temores se han abalanzado sobre la política española. Y no estoy de acuerdo. España necesita un partido de izquierda, pero integrado en el sistema. Como he dicho en otras ocasiones, el debate izquierda / derecha está superado. La presión institucional (Estado social y democrático de Derecho) y del consenso compartido ha terminado por romper las fronteras tradicionales que separaban a los dos ámbitos de la ideología y de la política. La irrupción del fin de la ideología (las antiguas) y la irrupción de la nueva, ha cambiado radicalmente el panorama de la política. La crisis de la izquierda no se ha producido sólo en España. Es un fenómeno compartido en toda Europa. Pero también de la derecha. Esta dilución es la que permite explicar la resonancia particular que gana, en el presente escenario, la denuncia de la corrupción, pero también, la de la mala gestión. Cuando no hay tanta diferencia en cuanto al objetivo, por cuanto está delimitado por la institucionalidad, sólo queda el de los medios.
Otras nuevas fuerzas, caso de Podemos, intentan acabar con este debate de normalidad y normalizado, precisamente, poniendo en cuestión tanto la institucionalidad del Estado social y democrático de Derecho como el consenso compartido. Intenta, aquí está su peligro populista, demostrar que es posible otro sueño, libre de las dos ataduras. Como si la revolución bolivariana y sus resultados, fueran posible en Europa. La experiencia de Syriza es la mejor demostración de que el populismo es una estrategia de acceso al poder que, una vez conquistado, se ha de rendir ante las coordenadas de las que, precisamente, se quería librar. El peligro no es que sean alternativos y anti-sistema, sino que eligen caminos alternativos y anti-sistema para alcanzar el poder. Una vez alcanzado, se rinden a las coordenadas de las que adjuraron.
Por esta razón, a mi juicio, un partido llamado de izquierda, cohesionado, fuerte y coherente, que trabaje, dentro del marco institucional, para alcanzar el poder y hacer realidad su programa político, me parece una muy buena noticia. Sería muy mala que todo el campo de la contestación y la alternancia estuviera en manos de los populistas. El principal debate político que se vivirá, como ya se está viviendo, es el que ha de enfrentar al PSOE con Podemos. Que en este debate el ganador sea el PSOE, es esencial para el progreso de España. No dejará de ser una fuerza institucional e institucionalizada, pero con ventanas abiertas a la integración de las reivindicaciones más radicales. Es el riesgo. Es el precio a pagar por la integración.
Lo hemos visto en el caso catalán. El éxito de Sánchez ha consistido en reconocer a Cataluña como una nación. Intenta desarmar las consecuencias políticas y jurídicas que supone, tal como el derecho a la autodeterminación de las naciones, afirmando que se trata de una nación cultural, pero es, indudablemente, un éxito del separatismo. Un partido esencial del constitucionalismo se rinde al lenguaje del nacionalismo. Y qué mayor éxito que asumir que Cataluña es una nación. El nacionalismo gana. Pero, es un éxito de corto vuelo. El reconocimiento se verá contrapesado por la negativa a admitir consecuencia alguna. Es un ejemplo, como digo, de la necesidad de “integrar” en el discurso institucional a aquellos que se habían lanzado por el camino de la contestación. Y nuevos gestos seguirán produciéndose. Pero, seguirá siendo una fuerza con pretensión de gobierno que sabe, perfectamente, que esta mercancía la pueden comprar los militantes, pero no los votantes.
Ahora el PSOE iniciará el camino de ganar la condición de partido hegemónico de la izquierda a Podemos y una vez ganada, la siguiente fase será la de recuperar la centralidad para ganar las elecciones. Un proceso que, creo, durará años. Se beneficiará del desgaste de Podemos, cada vez más notable. El PP puede salir beneficiado. Cuanto mayor sea la polarización de la izquierda, mayor temor suscitará y mayores beneficios obtendrá. A tal fin, como hemos sabido, incluso ha alentado la presencia de Podemos en los medios para que coja vuelo y así neutralizar al PSOE. Éxitos ha tenido, pero ¿cuánto durará? ¿cuánto resistirá la capacidad del miedo para neutralizar la corrupción y la incompetencia?
Ciertamente, la corrupción es un activo político muy efímero. Es de indignación elevadísima, pero de capitalización dudosa: el elector medio, ante la urna, puede estar tentado en “comprender” al corrupto al proyectar el yo (él, en las mismas circunstancias, también lo habría sido). Por lo tanto, todos los políticos son iguales. Resurge el criterio político: es preferible un corrupto de los “míos”. Si todos son iguales, otras cosas o aspectos los harán diferentes: la ideología y la política.
Todo esto terminará agotándose. Se abre un espacio de centro inmenso, al menos, mientras el PSOE libre su batalla, a muerte, con Podemos. Es una oportunidad para las nuevas fuerzas emergentes. Difícil de gestionar. Tendrán que contribuir a la estabilidad, pero sin “mancharse”. El reto es “diferenciarse”, ofrecer cambio, pero ordenado, responsable. Y el PP, incluso, la podrá aprovechar si es capaz de “refundarse”, depurando todas las responsabilidades de la corrupción. No hay amenaza, en corto, a la estabilidad si, al menos, se aprueban los presupuestos, lo que parece factible. Veremos tormentas, pero más en clave de lucha por la hegemonía en el bando de las izquierdas. En el fondo, es bueno para España que una opción institucional e institucionalizada se imponga a la populista. No creo que sea un desastre. Al contrario, es la esperanza de que aquellos desencantados que se lanzaron a la “revuelta” vuelvan a creer en el sistema y en su capacidad para, de nuevo, hacerles soñar. Mientras tanto, como en los vuelos, abrochémonos los cinturones que vienen turbulencias, pero llegaremos.
Otras nuevas fuerzas, caso de Podemos, intentan acabar con este debate de normalidad y normalizado, precisamente, poniendo en cuestión tanto la institucionalidad del Estado social y democrático de Derecho como el consenso compartido. Intenta, aquí está su peligro populista, demostrar que es posible otro sueño, libre de las dos ataduras. Como si la revolución bolivariana y sus resultados, fueran posible en Europa. La experiencia de Syriza es la mejor demostración de que el populismo es una estrategia de acceso al poder que, una vez conquistado, se ha de rendir ante las coordenadas de las que, precisamente, se quería librar. El peligro no es que sean alternativos y anti-sistema, sino que eligen caminos alternativos y anti-sistema para alcanzar el poder. Una vez alcanzado, se rinden a las coordenadas de las que adjuraron.
Por esta razón, a mi juicio, un partido llamado de izquierda, cohesionado, fuerte y coherente, que trabaje, dentro del marco institucional, para alcanzar el poder y hacer realidad su programa político, me parece una muy buena noticia. Sería muy mala que todo el campo de la contestación y la alternancia estuviera en manos de los populistas. El principal debate político que se vivirá, como ya se está viviendo, es el que ha de enfrentar al PSOE con Podemos. Que en este debate el ganador sea el PSOE, es esencial para el progreso de España. No dejará de ser una fuerza institucional e institucionalizada, pero con ventanas abiertas a la integración de las reivindicaciones más radicales. Es el riesgo. Es el precio a pagar por la integración.
Lo hemos visto en el caso catalán. El éxito de Sánchez ha consistido en reconocer a Cataluña como una nación. Intenta desarmar las consecuencias políticas y jurídicas que supone, tal como el derecho a la autodeterminación de las naciones, afirmando que se trata de una nación cultural, pero es, indudablemente, un éxito del separatismo. Un partido esencial del constitucionalismo se rinde al lenguaje del nacionalismo. Y qué mayor éxito que asumir que Cataluña es una nación. El nacionalismo gana. Pero, es un éxito de corto vuelo. El reconocimiento se verá contrapesado por la negativa a admitir consecuencia alguna. Es un ejemplo, como digo, de la necesidad de “integrar” en el discurso institucional a aquellos que se habían lanzado por el camino de la contestación. Y nuevos gestos seguirán produciéndose. Pero, seguirá siendo una fuerza con pretensión de gobierno que sabe, perfectamente, que esta mercancía la pueden comprar los militantes, pero no los votantes.
Ahora el PSOE iniciará el camino de ganar la condición de partido hegemónico de la izquierda a Podemos y una vez ganada, la siguiente fase será la de recuperar la centralidad para ganar las elecciones. Un proceso que, creo, durará años. Se beneficiará del desgaste de Podemos, cada vez más notable. El PP puede salir beneficiado. Cuanto mayor sea la polarización de la izquierda, mayor temor suscitará y mayores beneficios obtendrá. A tal fin, como hemos sabido, incluso ha alentado la presencia de Podemos en los medios para que coja vuelo y así neutralizar al PSOE. Éxitos ha tenido, pero ¿cuánto durará? ¿cuánto resistirá la capacidad del miedo para neutralizar la corrupción y la incompetencia?
Ciertamente, la corrupción es un activo político muy efímero. Es de indignación elevadísima, pero de capitalización dudosa: el elector medio, ante la urna, puede estar tentado en “comprender” al corrupto al proyectar el yo (él, en las mismas circunstancias, también lo habría sido). Por lo tanto, todos los políticos son iguales. Resurge el criterio político: es preferible un corrupto de los “míos”. Si todos son iguales, otras cosas o aspectos los harán diferentes: la ideología y la política.
Todo esto terminará agotándose. Se abre un espacio de centro inmenso, al menos, mientras el PSOE libre su batalla, a muerte, con Podemos. Es una oportunidad para las nuevas fuerzas emergentes. Difícil de gestionar. Tendrán que contribuir a la estabilidad, pero sin “mancharse”. El reto es “diferenciarse”, ofrecer cambio, pero ordenado, responsable. Y el PP, incluso, la podrá aprovechar si es capaz de “refundarse”, depurando todas las responsabilidades de la corrupción. No hay amenaza, en corto, a la estabilidad si, al menos, se aprueban los presupuestos, lo que parece factible. Veremos tormentas, pero más en clave de lucha por la hegemonía en el bando de las izquierdas. En el fondo, es bueno para España que una opción institucional e institucionalizada se imponga a la populista. No creo que sea un desastre. Al contrario, es la esperanza de que aquellos desencantados que se lanzaron a la “revuelta” vuelvan a creer en el sistema y en su capacidad para, de nuevo, hacerles soñar. Mientras tanto, como en los vuelos, abrochémonos los cinturones que vienen turbulencias, pero llegaremos.
(Expansión, 23/05/2017)
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