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Ideología y no ideología en el fin de la Historia

El éxito de Macron ha vuelto a colocar el foco del debate político sobre las ideologías y su eventual final. La mejor ilustración es la crisis de los partidos que, tanto en Francia como en España, pero también en otros lugares de Europa, encarnan la derecha y la izquierda. Sin embargo, la victoria de Macron, entre otros, no es el éxito de una nueva ideología, centrista, digamos, en términos genéricos, cuanto la derrota de las viejas. Las “perdedoras” están muriendo por inanición. Ya no se sabe qué significa ser de izquierda ni de derecha.

Se han utilizado distintos criterios para concretar la diferencia. Al final, el de mayor éxito, es el que asegura que, en el binomio libertad-igualdad, prima una u otra. Según este planteamiento, formalizado, por ejemplo, por N. Bobbio, la izquierda, como ideología y, en consecuencia, su acción política, se centra en la igualdad, mientras que la derecha, en la libertad. No me atrevo a afirmar que tal criterio, simplista, fuese, en algún momento correcto. Ahora bien, no me cabe duda de que ya no es operativo, por dos razones.

En primer lugar, por una razón institucional. Los Estados modernos, como el nuestro, han asumido, sumando a la vertiente democrática y de Derecho, otra social, erigiendo un Estado social y democrático de Derecho. Incluso, en la Unión Europea, que tiene el extraordinario récord, innegable, salvo para los sectarios, de que la paz en Europa, perseguida durante siglos, es el fruto principal del mercado, ha sancionado, en los Tratados fundacionales, la “economía social de mercado” (art. 3 TUE). Un Estado que garantiza, con independencia de quién gobierne, el bienestar en ámbitos tan reivindicados por las izquierdas como la sanidad y la educación, al mismo tiempo que se disfruta de amplia libertad y de tolerancia. A pesar de los recortes, las señas de identidad del Estado del bienestar no se han visto afectadas. En consecuencia, los ciudadanos disfrutamos de un grado, irreconocible, en el pasado, tanto de libertad como de igualdad, con el que cualquier ideología y acción política que pretenda apostar por más libertad o más igualdad, no va a obtener una ganancia significativa, sólo marginal, y aún menos, para diferenciarse de las demás. Se podrá desear más igualdad o más libertad, pero eso no va a suponer ningún cambio radical en la configuración del Estado.

Y, en segundo lugar, porque se ha establecido un consenso básico entre izquierdas y derechas alrededor de unas reglas de juego compartidas que ha producido la confluencia ideológica, con la consiguiente desaparición de las fronteras que las separan. Lo que la institución (Estado social y democrático de Derecho) ha unido, el consenso político alrededor de sus reglas básicas, lo ha terminado por sancionar. El peso de la institucionalidad democrática, ha terminado devorando las diferencias ideológicas y políticas.

El éxito de Macron está en que ha entendido que este eje de confrontación ya está superado. Lo que el ciudadano quiere es que las políticas de más libertad y más igualdad, sean reales y efectivas. No hay cambio en este desiderátum, pero sí en el modo o forma de alcanzarlo. En la ideología/política antigua, bastaba con señalar el objetivo, cuanto más ambicioso, mejor, para producir la hipnosis "dedocrática”. Era como el carterista que utiliza la treta del mapa para, en el descuido, robar. Al final, el ciudadano, sorprendido en su buena fe, se indigna. Ahora desconfía de los que le señalan paraísos en los mapas ideológicos y se preocupa de la cartera. Quiere mejorar, prosperar, … que se le resuelvan los problemas, pero ya no cree en los paraísos amnestesiantes. El populismo no es alternativa; no es una ideología, y aún menos, moderna. Es una estrategia política de conquista del poder. Su engaño ha durado el tiempo mínimo imprescindible para mostrar sus miserias, sus mentiras y su incapacidad para ofrecer soluciones.

La ideología/política moderna es la de la acción; el cómo se hacen las cosas. Se podría barruntar que se está llegando al fin de la ideología. Fukuyama nos expuso el fin de la Historia, que fue simplificada hasta límites absurdos, mas tuvo el éxito de ilustrar que ya se había consolidado un modelo de Estado, el liberal democrático, sin competencia. Ya no hay confrontación de modelos de Estado, ni de ideologías/políticas que los defiendan. Es el éxito del liberalismo; el que ha transformado el debate político para centrarlo en la “cantidad” de libertad o de igualdad/solidaridad que se quiere introducir en la pócima de la acción del Estado, pero siempre estarán presentes y poca será la diferencia de “sabor”. Hoy la divergencia radica en el modo en el que el poder se ejerce. En este contexto tiene una primordial importancia, por ejemplo, la corrupción. Es una manera o forma de concebir el ejercicio del poder que sí marca diferencias. La crítica a la corrupción es la mejor demostración de la crisis de las ideologías tradicionales y el surgimiento de la nueva. Ya no preocupa, tanto, el paraíso, cuanto que no nos roben la cartera. En el fondo, del paraíso, ya nos ocupamos cada uno de nosotros. Es nuestra radical humanidad; nuestra libertad.

(Expansión, 09/05/2017)

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