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Odio y Ley

Las reacciones ante la manifestación del pasado día 26 se dividen, por un lado, entre la de los secesionistas para los que, como titulaba un periódico del régimen, “la marcha propició una pitada al Rey y a Rajoy” y, por otro, la de los constitucionalistas que rechazan la manipulación independentista de la manifestación. Los primeros, en un ejercicio de sinceridad, no oculto ante las cámaras, han expresado que su enemigo, o, al menos, el principal, no es el terrorismo, sino el Estado español y sus máximas autoridades. Y, los segundos, vuelven a hacer gala de una ingenuidad digna de mejor causa.

Cuando el sedicente referéndum está previsto para dentro de 33 días, la magnitud del reto que representa sólo se puede sostener si hay un grupo de personas que está convencido de que se puede alcanzar. Hemos vivido el ensayo del 1-O, la demostración de la determinación con la que un sector de la población y de los partidos afrontan el golpe de Estado que se está ejecutando. Si se ha llegado hasta aquí, no hay marcha atrás.

Esta voluntad debe ser tenida en cuenta por el Gobierno, pero también por los partidos constitucionalistas y los ciudadanos. Algunos siguen sin creerse que vamos a un enfrentamiento. Otra cosa es el éxito del mismo. La manifestación ha mostrado, por un lado, que los secesionistas no tienen ningún límite, ni jurídico, ni político, ni moral. Nada los arredra. Y, por otro, que están dispuestos a hacer lo que sea para lograr el éxito. “No tinc por”, es la alegoría de no tener miedo a nada, como algunos gritaban, ni al Rey, ni a Rajoy; a nada, ni a nadie.

Frente a esa decidida voluntad, los constitucionalistas parecen responder, una vez más, con la sorpresa. Y la sorpresa, como ha sucedido en otras ocasiones, así cuando Carod Rovira, en el año 2004, llamó a boicotear la candidatura olímpica de Madrid, suscita, inicialmente, la catalanofobia. Es lo que quieren. El secesionismo, en su cortedad ideológica y en su oportunismo político, convierten los errores del otro en detritus con los que alimentar un motor averiado y de escasa potencia. La insensatez de unos pocos no se puede convertir en un castigo colectivo como el que el cava representaba. La respuesta pasional no sólo es irracional, sino contraproducente.

A la cultura china se le atribuye mil y un refranes, sentencias y reflexiones. Una que siempre me ha gustado particularmente es la que tiene como objeto la caña de bambú. Esta planta es la alegoría perfecta de la resistencia y de la flexibilidad. Es la representación de la estrategia a seguir: raíces bien asentadas sobre el terreno y tronco flexible que se bambolea con el viento, resistiendo todos los embates.

En primer lugar, más importante, incluso, que lo visto, es el relato de lo visto. Frente a la narración del éxito, del triunfalismo de las estructuras del Estat Catalá, construido sobre medias verdades o mentiras, no se confronta, por miedo, la realidad descarnada de los fracasos más estruendosos: ¿cómo es posible que los Mossos, siendo una policía integral, no pudieran detectar, en un nivel 4 de alerta antiterrorista, una célula de, al menos, 12 integrantes, una de las más importante de Europa, durante tantos meses? El argumento del imposible acceso a la Europol no sólo es mentira, sino que es insostenible: no se necesita acudir a Europa para conocer lo que sucede a 100 kilómetros de distancia, en Ripoll. Y cuando se encendieron las alarmas, por muy tenues e informales que fueran, nada se hizo.

En segundo lugar, los que reventaron la manifestación no son Cataluña, ni representan a la mayoría de los catalanes, ni, incluso, a la de los asistentes. En una contienda es tan peligroso magnificar al contrario como ridiculizarlo. En mitad de la sorpresa, se impone la especie de que una minoría constituye la mayoría de los catalanes. El relato independentista vuelve a ganar. Vuelve, otra vez más, el riesgo del boicot al cava, el que empuja a catalanes a los brazos de la secesión, tanto como debilita el sostén cívico de la respuesta del Estado. Es imprescindible reiterar que son una minoría radicalizada, “no tinc por” a superar, incluso, los límites morales, como hemos visto.

Y, en tercer lugar, la reacción del Estado de Derecho debe ser proporcionada (raíces firmes, tronco bamboleante). Hay un riesgo: caer en la inacción o la sobreactuación. La inacción es la que se alimenta sobre la catalanofobia pasiva (los catalanes son imposibles, que se las apañen solos); la sobreactuación, en cambio, sobre la catalanofobia activa (hay que castigarlos por sus desmesuras). Ni una cosa, ni la otra. El Estado de Derecho tiene medios más que suficientes para gestionar este desafío. Se requiere determinación, pero también apoyo ciudadano y político. Si hay división, habrán ganado. El Estado no puede afrontar el desafío golpista sin la firme determinación de todos de no permitir la ruptura del orden constitucional. No es una cuestión de territorios, lo es de seguridad jurídica y de libertad. No habrá Estado democrático de Derecho si una minoría, con la osadía manifestada y la ausencia clamorosa de límites, pudiese hacer realidad sus deseos.

La prensa internacional ha destacado la endeblez de la unidad frente al terrorismo. Ni la unidad ha sido tanta (problemas de falta de coordinación entre las fuerzas policiales), ni ha sido tan débil (se ha creado un lazo de solidaridad que ha unido a todos los españoles). Su mantenimiento es esencial para garantizar el éxito de la lucha contra el yihadismo y, también, para derrotar a los secesionistas. El relato de éstos es el que habla de “españoles y catalanes”; el que pretende establecer una frontera, no sólo entre poderes sino entre personas. Y la mejor manera de construirla es mediante el odio. El que manifestaban, por ejemplo, algunos asistentes a la manifestación a la vista de banderas españolas o el de los que practican la catalanofobia. Todos somos ciudadanos, todos somos españoles, con independencia de nuestro lugar de residencia. Los terroristas no nos han atacado por ser catalanes, madrileños o canarios, sino por ser ciudadanos de un Estado democrático en el que se tienen plenamente garantizadas las libertades que ellos odian. Frente al odio, la Ley, la del Estado democrático. Es la única vía para derrotarles. Lo demás es pura propaganda, pura provocación.

(Expansión, 29/08/2017)

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