Ir al contenido principal

Yo estuve allí



Cientos de miles de personas nos manifestamos por las calles de Barcelona. La primera gran manifestación del constitucionalismo contra el secesionismo. Dimensiones históricas. Y simbolismo, igualmente, histórico. Se han soltado lágrimas de emoción; las de la felicidad. Toma cuerpo la otra Cataluña, la que resiste frente a la secesión, y, sobre todo, frente a su motor principal: el autoritarismo.

Cataluña está dividida. El secesionismo la ha partido en dos. La otra mitad ha querido demonstrar su hartazgo; su rechazo. Su determinación a enfrentarse al golpismo. No se quedará cruzada de brazos. Una fiesta cívica. Una celebración de la españolidad y de la catalanidad. Se ha roto el tabú y el silencio. Asistimos a la reivindicación de la españolidad incluyente (“somos catalanes, somos españoles”) y democrática (“somos españoles, no fachas”, se gritaba). Es la que se enfrenta al secesionismo. No es una cuestión de historia, de patria, de ideología, … es una cuestión de libertad.

Hay una nueva españolidad que reclama su lugar en la historia, en el discurso político. El domingo comprobamos su magnitud y potencia. Históricamente, Cataluña ha sido la vanguardia en muchos aspectos como la economía, la política, la cultura, … Es, también, la vanguardia del españolismo incluyente, democrático, pero, también, reivindicativo. Un españolismo sin complejos. Democrático por lo que es y porque así lo sienten, profundamente, los participantes; e incluyente de la riqueza de España; no de la “diversidad”, de lo que diferencia o distingue, sino lo que nos enriquece colectivamente. Banderas catalanas, las estatutarias, no las golpistas. Reivindicaciones en Catalán; reclamaciones de la condición de catalán; y, al mismo tiempo, la españolidad.

Ni hay ese sujeto superior, el de los secesionistas catalanes, con poderes, capaces de aplastar los derechos individuales, ese monstruo nacional devorador de libertades, ni España es un mero conjunto de individuos libres e iguales. Son las personas; las que disfrutan de las cualidades de la ciudadanía, las que asumen, en lo bueno y en lo malo, la Historia de España y, sobre todo, las que quieren definir un proyecto común de progreso en el que cada uno pueda encontrar las oportunidades para hacerlo realidad.

La España de las oportunidades, la de los sueños, la de las ilusiones fue la que se manifestó. En cambio, el secesionismo quiere construir una frontera que las rompa. La salida de las empresas, que se irá incrementando a medida que vaya avanzando el golpe, representa esa pérdida de oportunidades. Y también, la salida de la Unión Europea. Cataluña está perdiendo riqueza, al compás del “procés”. Es paradójico que el sueño de la independencia de los ricos para ser más ricos (evitando pagar la cuota de solidaridad) alumbre la realidad de la ruina. Los ciudadanos han decidido hacer frente a aquellos que les quieren privar de sus derechos y conspirar contra su aspiración a ser felices. Es el nuevo ciudadano. No es sólo el de los derechos. Es, también, el de la aspiración a las oportunidades que el secesionismo le quiere robar.

En las calles de Barcelona se ha visualizado el punto de encuentro del anti- secesionismo; el que explica su transversalidad ideológica: es lo que España representa. Encarna la prosperidad, la libertad y la integración europea y en el mundo, que los ciudadanos no queremos perder. Frente al secesionismo que garantiza pobreza, aislamiento y ruptura con la Unión Europea, el españolismo, el nuevo españolismo, define un horizonte de esperanza y de progreso. También reclama cambios. La España soñada, democrática y, sobre todo, incluyente, debe reformarse para superar la corrupción y el conflicto territorial. El españolismo democrático e integrador no es inmovilista. No mira hacia atrás, hacia las grandezas perdidas; mira hacia las oportunidades que los secesionistas nos quieren hurtar. Ya no hay la nación-cobertura, legitimadora de todo tipo de atropellos a los derechos individuales. La única nación que puede existir es la aspirada. Todos compartimos el anhelo de las oportunidades, el progreso, la libertad, la felicidad compartida, frente a las fronteras desgarradoras. En las calles de Barcelona se ha visto al ciudadano sublevado contra el nacionalismo y el secesionismo, ladrón de oportunidades y de libertades.

Cuando terminada la marcha, nos pudimos dispersar por todas las calles de Barcelona, el mar de banderas españolas se diluyó en la geografía urbana. Vivimos una situación inédita. Se integró en el paisaje y en el paisanaje. En Rambla de Cataluña, mientras tomábamos un refrigerio con familiares y amigos, todas las mesas aparecían adornadas con ese trozo de tela que ha servido de representación de aquello a lo que aspiramos. Frente a una Cataluña empobrecida, aislada, y autoritaria, caldo de cultivo de la impunidad en la que ha proliferado la corrupción, nos manifestamos en pro de una España que simboliza la aspiración a disfrutar de las oportunidades de progreso y libertad. No es la España histórica la que concentró a cientos de miles de personas; es la España del futuro.

(Expansión, 10/10/2017)

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Avaricia o codicia?

En el momento presente con la corrupción como uno de los grandes protagonistas, uno de los temas de debate es el relativo a su fuente, su origen, al menos, psicológico. Dos palabras aparecen como recurrentes: avaricia y codicia. Son palabras muy próximas en su significado pero distintas. Según el Diccionario de la Lengua española, avaricia es el "afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas". En cambio, codicia es el "afán excesivo de riquezas." En ambos casos, se tratan de afanes, deseos, impulsos que tienen por objeto las riquezas. Las diferencias se sitúan, en primer lugar, en el cómo se hacen realidad tales impulsos. En el caso de la avaricia, es un deseo "desordenado". En cambio, de la codicia nada se dice, sólo que es "excesivo". Sin embargo, también el exceso está presente en la avaricia. Es más, se podría decir que el afán desordenado es, en sí mismo, un exceso. Así como también lo es el deseo de atesorarlas. En e

Puigdemont, inelegible

El Estado democrático de Derecho se asienta sobre un pilar esencial: el Derecho al que el Estado está sometido es el de los representantes del pueblo, expresado a través, fundamentalmente, de la Ley. ¿Qué requisitos deben reunir tales representantes? La Legislación los enumera como requisitos del sufragio activo y pasivo. La Constitución y, en su desarrollo, la legislación electoral, los especifica. La Ley orgánica de régimen electoral general (LOREG), detalla, en el artículo 3, quién no tiene derecho a votar (sufragio activo). A su vez, en el artículo 6, concreta quiénes no son elegibles (sufragio pasivo). En este artículo se enuncian, por un lado, los que no son elegibles por concurrir la razón de desempañar cargos en el Estado que devienen objetivamente incompatibles con la participación en la contienda electoral. Y, por otro, los que no pueden, por haber sido condenados por sentencia que imponga la pena privativa de libertad. En relación con ciertos delitos, incluso, no es ne