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No es suficiente

¿Por qué, tras oír la intervención del Presidente del Gobierno, tengo, y creo que no soy el único, la sensación de que no es suficiente? A pesar de los éxitos, a pesar de que se ha evitado el rescate, a pesar de la recuperación del empleo, a pesar de la recuperación de la actividad económica, a pesar del a pesar mismo, ¿por qué esa desazón? ¿por qué ese regusto negativo, ese sabor amargo, esa tristeza? Muy bonito y emocionante que se diga aquello de que “el estado que debatimos hoy es el de una nación que ha salido de la pesadilla, se ha rescatado a sí misma, ha recuperado la confianza económica, goza de prestigio, vuelve a ser atractiva para los inversores, ha reordenado su funcionamiento, ve crecer el consumo… Una Nación en la que comienza a girar de manera creciente la rueda de la actividad económica y, gracias a todo ello, está ya empezando a crecer el empleo y a reducirse el número de los parados”. Sin embargo, no es bastante. Creo que estamos viviendo un momento en la Historia de España injusto para los políticos. Sí. Profundamente injusto. Terriblemente injusto. Todo lo que han hecho y están haciendo no consigue calmar la desazón, la comezón interior que nos dice que no es suficiente. Hasta ahora la legitimidad de y por los resultados era suficiente. El ciudadano se tapaba la nariz, entendía que era el precio a pagar por los cambios a emprender. Que se robase un poquito, al principio, y después un poco más, era como la contrapartida por la transformación de España. Que los 100 años de honradez se quedasen en medio minuto era el coste por el impulso del cambio. Ya no. La legitimidad de los resultados ya no cuela. Ya no tiene la fortaleza taumatúrgica del pasado. Ya no. Se requiere algo más. Creo que la explicación de la desazón la ha ofrecido el Presidente del Gobierno: “los españoles han demostrado que no son niños. Fueron conscientes de las dificultades y supieron distinguir perfectamente lo que les ayudaba de lo que les perjudicaba. No confundieron lo que les podía gustar con lo que les convenía en aquel momento dramático. De mejor o peor humor, con mayor o menor resignación, aceptaron los sacrificios; aceptaron lo inevitable. Entendieron que era la hora de tomarnos en serio a nosotros mismos y de pelear con ahínco por nuestro propio futuro.” Con la legitimidad de haber afrontado con determinación los sacrificios; con la legitimidad de haber aceptado y soportado tanto y tanto sacrificio, con la misma legitimidad, nos parece poco. Es imprescindible la regeneración democrática del Estado. Ya no es posible mirar hacia otro lado. No deja de ser paradójico que la misma semana en la que se celebra este rito de la democracia parlamentaria, el pasado lunes se vivía otro acto, el de la comparecencia de la “famiglia", de los Pujol, en el Parlament, que ha superado todos los hitos precedentes del cinismo y de la inmoralidad, al mismo tiempo que de impotencia. La política ha concitado los dos espectáculos. El de las promesas electoralistas, el del destroyer oportunista reformador constitucional y el de los asaltadores de los recursos públicos. Demasiado para tan pocos días. Esta tormenta de emociones, cuando el observador ha tenido que soportar tanto sacrificio, suscita irritación. Se ha exigido un sacrificio que aquéllos que lo han exigido no se lo aplican. Esto irrita y mucho. La combinación de sacrificio y corrupción ha creado un circuito infernal de emociones, de desazón, de crítica y de malestar profundo. No se puede romper con la relación de los éxitos y la promesa de que habrán aún más. Que el sacrificio ha valido la pena es indudable pero no consigue hacer desaparecer el malestar ciudadano. El runrún social. La congoja interior. La regeneración democrática no es un eslogan. No es, incluso, una reivindicación. Es la exigencia de otro estado de la Nación, la de los ciudadanos, no la de los resignados por el éxito de los sacrificios, la de los que se han puesto una venda con la que tapar la herida de la moral y de la dignidad colectivas porque, lamentablemente, los ojos ante el espectáculo no se pueden cerrar. No.

(Expansión, 25/02/2015)

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